domingo, abril 24

Cuando me encontré conmigo mismo

Cosas que uno puede llegar a escribir para desahogar la convulsión de miedos y sensaciones de persecución derivadas de un atraco antes del desayuno.

No era ni mañana ni tarde. No se si soñaba, pero sentí la libertad que se pierde en la existencia; la bicicleta me llevaba calle abajo sin saber lo que nadie esperaba, sin creer lo que estaba por suceder.
Pedaleaba con la tranquilidad en los pies y con la ligereza que hace que el alma quiera volar, era viento y un fuerte remolino de hojarasca era mi mente confusa en donde mil pensamientos revoloteaban como moscas a un cadáver. El camino se perdía en un túnel sin fin de ramas y hojas confundiéndose entre la espesa oscuridad de la noche naciente; un frío subía lentamente a súbitos mordiscos por mi espalda mientras sentí una presión en el pecho, una asfixia cercana me anunciaba vientos de muerte mientras la vista se nublaba… Ya no pedaleaba.
Fue en ese instante, el preciso momento que en que divisé una figura humana ante mí; su rostro me era conocido, era similar a mi, eran mis facciones, era otro yo que me observaba como a un extraño, era alguien que trataba de encerrarme en mi confusa mente mientras yo caminaba hacia él sin dar ningún paso adelante; fue cuando entonces resolví conversar con mi reflejo;
– ¿Quién es usted? – Pregunté, – ¿Quién es usted? – respondió mi otro yo en un tono seco que luego fue eco en el aire. En un corto tiempo vinieron otras preguntas que surgieron pero la respuesta era la misma: – ¿Quién es usted? –.
Todo se convirtió en un monólogo absurdo y sin sentido, de repente, la ira se apropió de mí pero cuando decidí reaccionar ya era tarde; en una conjunción de miedo, furia, espanto y confusión sentí como un frío viento entraba en mi pecho a la par que un reflejo sacaba de mí el brillo cortante del latón.
Era mi muerte y yo mi propio asesino, y, mientras yo huía de mi mismo, sentía en lo profundo el desangramiento súbito; simultáneamente el mismo viento que me condujo a este interminable embudo me liberó de él y en dos segundos continué el camino del recuerdo; la libertad y una brisa fría ahora murmuraban y agitaban el sino en mis ramas, era yo, el único yo, ERA YO QUIEN HUÍA DE MI MISMO.

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